Sinalmidad.
Daniel C. Aro.
Centro Documental
19.11.2023
2do Visionado de fotografía
Curaduría Ricardo Gómez Pérez
Eleonora Cróquer Pedrón
El ojo y la mirada, tal es para nosotros la esquizia en la que se manifiesta la pulsión al nivel del campo escópico.
En nuestra relación con las cosas tal como es constituida por la vía de la visión y ordenada en las figuras de la representación, algo se transmite de piso en piso para estar siempre en ella en algún grado elidido —eso es lo que se llama la mirada.
Jacques Lacan. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis
En un hermoso libro, Lo que vemos, lo que nos mira (1997), Georges Didi-Huberman ilustra, y traduce al campo de las artes visuales, esa esquizia entre el ojo y la mirada —una no equivalencia fundamental—, a la que se refirió Jacques Lacan en su seminario, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964), para explicar la sobredeterminación simbólica de la imagen, más allá del campo de la percepción visual. Según Lacan, la visualidad trasciende al reinado del ojo; y, precisamente por ello, algo de lo que (no) vemos, se nos devuelve siempre en la forma de una interpelación: “¿qué quieres?” (“Eso es lo que se llama la mirada”, apunta el psicoanalista francés).
Un par de décadas después, en el primer capítulo de su texto, “La ineluctable escisión del ver”, Didi-Huberman refiere tal interpelación a una confrontación radical con la experiencia del vacío y de la pérdida, constitutiva del ser de lo humano en la cultura. El objeto que le interesa se remonta a la vanguardia norteamericana de los años 50 del siglo XX; y, respecto de sus grandes y enigmáticos cubos, mudos e impenetrables como féretros en la sala del museo, se interroga: “¿qué sería pues un volumen —un volumen, un cuerpo ya— que mostrara […] la pérdida de un cuerpo? ¿Qué es un volumen portador, mostrador de vacío? ¿Cómo mostrar un vacío? ¿Y cómo hacer de ese acto una forma —una forma que nos mira?”
De cara a esta reflexión, las fotografías que Daniel Chacón Aro, Danko, nos presenta bajo el título de sinalmidad, o el sueño de los monstruos con razón, parecen describir el devenir mancha del cuerpo del artista; y, por ende, espacio de interpelación de una suerte de visualidad sin imagen que recusa cualquier valor exhibitorio. Lo que vemos es, apenas, un volumen difuso de negros, blancos y grises; lo que nos mira es el ser apenas volumen difuso de eso que considerábamos nuestro último reducto de propiedad: un cuerpo. Así como el nombre se sintetiza en la firma, que cifra las iniciales del autor, sus fotografías más bien se instalan como espectrografías: escrituras de lo espectral: desapariciones del cuerpo en su puro y angustioso movimiento —es decir, la única e íntima pulsación de lo viviente.
Con su serie de autorretratos monstruosos, como monstruoso puede llegar a (a)parecer lo vivo, Dankco nos conmina a pensar en las distorsiones de la imagen de sí de una persona neurodivergente, con Trastorno Bipolar: el cuerpo se disemina en el tránsito de un estado a otro de conciencia, sujeto a su desquiciante oscilación. Y allí se hace mancha, imposibilidad de verse como un cuerpo susceptible de ser reconocido, identificado: un cuerpo que se mueve, para siempre. Por ello, lo que allí vemos se nos devuelve como mirada: interpelación de una imagen ineluctable. Quizá, entonces, parafraseando a Goya, podríamos decir que en el caso que atestiguamos aquí “el sueño de ese cuerpo (que no vemos) produce los monstruos que, desde su deformidad inasimilable, nos miran”.