Geografías Vinculantes
Víctor Julio González
Sala Principal
19.11.2023
Víctor Julio González es un inagotable viajero de regiones selváticas apenas habitadas, pero su pintura de paisajes no proviene totalmente de su observación del objeto de representación. Su obra resume cómo ve la cultura a la naturaleza; es decir, cómo se compendia el conocimiento sobre el territorio; conocimiento que sintetiza el trasfondo, la riqueza y la potencia de la cultura. Sus paisajes son testimonios que nos pasean por la historia; nos traen en imágenes la memoria de lo que fuimos y de lo que somos. O también de cómo éramos vistos por los extranjeros desde sus competencias para representarnos y, por defecto, develarnos la diferencia.
Tahía Rivero, curadora
Paisaje presentido
Ciertas imágenes se instalan por su cuenta en la imaginación y fermentan a la espera de ser descubiertas, al margen del deseo narrativo del autor.
Basilio Baltazar
En el taller de Víctor Julio González, sobre los mesones y esparcidos en el piso, se reconocen numerosos cuadernos de dibujo, diarios de viaje, libros de texto y gran cantidad de hojas desprendidas. Entre los materiales de pintura, sobre el caballete, también se descubren algunos trabajos en proceso. Las paredes, recubiertas de obras de distintos formatos colocadas al azar, dejan ver el dedicado y exhaustivo trabajo que el artista ha ido agrupando para la exposición Geografías vinculantes que hoy presentamos; recorrer la totalidad del espacio con la mirada, produce inmenso asombro.
Víctor Julio González ha asumido como un valor la técnica de la pintura al óleo: el olor a trementina se mezcla en el ambiente y envuelve el atiborrado recinto de trabajo estimulando una atmósfera atemporal. Y es que en tiempos donde lo nuevo es avasallante, Víctor Julio desecha toda posibilidad “techno” para regodearse en una pintura tradicional. Quizás allí radica la sensación de estar frente a una imagen si bien discernible, totalmente distinta, un conjunto que abandona los significados para centrarse en su representación iconográfica. El tema de estudio e investigación es el paisaje, vale decir, el reconocimiento y registro de la geografía.
El paisaje, aludido como “no tema” —tan subestimado por la historia— era interpretado por artistas y críticos como un ejercicio versado, carente de lo que podríamos llamar lenguaje artístico. Pero lo cierto es que desde Canaletto hasta nuestros días, las vedute y el paisaje no solo dan cuenta de una interpretación del contexto natural que le otorga continente a la historia, sino que constituyen un argumento, al igual que muchos otros, para la expresión creativa.
Si bien Víctor Julio es un inagotable viajero de regiones selváticas apenas habitadas, su pintura de paisajes no proviene totalmente de su observación del objeto de representación. De hecho, su obra resume cómo ve la cultura a la naturaleza; es decir, cómo se compendia el conocimiento sobre el territorio; conocimiento que sintetiza el trasfondo, la riqueza y la potencia de la cultura. Sus paisajes son testimonios que nos pasean por la historia; nos traen en imágenes la memoria de lo que fuimos y de lo que somos. O también de cómo éramos vistos por los extranjeros desde sus competencias para representarnos y, por defecto, develarnos la diferencia. Es verdad que esa pregunta ¿qué y quiénes somos? tiene respuestas que suelen ser esquivas e incompletas. En todo caso, esa representación nos mostraba la identidad del otro que éramos.
En su pintura, Víctor Julio González se apropia de otras visiones del paisaje a las que agrega, aquí o allá, oportunas intervenciones. Se trata, quizás, de una suerte de collage expandido que concreta la contingencia expresiva como un coleccionista de paisajes, como un recolector de imágenes a las que intenta cargar de un sentimiento espiritual.
La mímesis es a la vez técnica y transmisión de conocimiento que una vez asimilada configura y amplía la visión y comprensión del otro y del mundo. Todo saber comporta un componente mimético y lúdico. Es la naturaleza misma a través de la biodiversidad, la que nos señala la importancia de la mímesis para la sobrevivencia de las especies. Nada ni nadie subsiste sin el otro.
Un episodio que marca el ámbito creativo de Víctor Julio González discurre entre la vigilia y el sueño, y se refiere a la época de la infancia como un tiempo detenido en la memoria pleno de felicidad. En la casa de su niñez había un cuadro en la pared que siempre lo fascinó, era una de esas litografías que muestran un paisaje europeo idílico con una bella casa en una colina y más abajo un lago donde nadan apaciblemente unos cisnes. Esa imagen lo visitaba en sueños en los que él subía hasta la casa y recorría su interior. La imagen encarnaba un pasadizo hacia la cimentación de un imaginario sobre la concepción de un espacio tranquilo y feliz, un recuerdo detrás del cual quizás se evaporaban otras circunstancias de la realidad. Porque en sueños ese paisaje existía y él lo percibía como veraz.
Como adulto y como artista interesado en la representación del paisaje comienza a investigar a los pintores viajeros del siglo XIX. En la apreciación de estos artistas ocurre un cruce visual, González yuxtapone aquella encarecida imagen romántica de la casa en la colina con las imágenes del paisaje tropical visto a través de la mirada de los artistas Ferdinand Bellermann y Anton Goering, entre otros. Podríamos decir que se trata del cruce de dos imaginarios, el de un paisaje arcádico percibido por un niño que habita en el trópico con el de artistas alemanes que poseen una visión exótica de los países meridionales. La apropiación que de estos registros de la Venezuela decimonónica realiza Víctor Julio González, se acerca a la tesis acerca de las formas determinadas de mirar el entorno de acuerdo a prefiguraciones culturales que habitan en el inconsciente individual y colectivo. El artista nos entrega las imágenes de un país a través de la percepción domesticada y académica de sus antecesores europeos. Un encuentro de miradas que van unas tras otras, solapándose y escamoteándose porque detrás de ellas habita el mundo irrefutable de los sueños.
La exposición Geografías vinculantes se distribuye en cinco grupos de trabajo además de las fotografías que se exhiben en La Librería. Un primer conjunto está conformado por versiones referidas a las acuarelas y pinturas que Carmelo Fernández realizara para la Comisión Corográfica en Colombia donde trabajó junto a Agustín Codazzi, de 1850 a 1852. Aquí podemos advertir como Víctor Julio González abandona la exactitud académica de las referencias originales confiriendo a las obras un aura velada parecida al bosquejo. En otras, es interesante notar algunos encuadres de primeros planos, que eluden la composición tradicional de la época, como por ejemplo en Hombre durmiendo en hamaca, 2021-2022, u Hombre metiéndose a una carpa, 2021-2022.
Este ambiente de expediciones y descubrimientos tan propio de mediados del siglo XIX por su carácter romántico y sensual, se acentúa con las versiones inspiradas en las obras que Ferdinand Bellermann realizó en distintas geografías del territorio venezolano durante su permanencia entre 1842 y 1845. Los alrededores de Puerto Cabello, la cueva del Guácharo, las cumbres nevadas de Mérida o el Orinoco son algunos de los parajes recreados. Todos cargados de un sentimiento que comenzaba a marcar, en la época, el abandono de lo racional por el afán de comprender enteramente la realidad. Aquí percibimos que Víctor Julio González más que versionar obras específicas, imagina y crea numerosas vistas, siguiendo el estilo pictórico del artista alemán.
La serie “Utopías”, constituye una visión dislocada del paisaje semejante a otra llamada “Algunas islas como flotando” que justamente son fragmentos de paisajes suspendidos en el espacio como provenientes de un sueño.
La serie “Estudios en playa Gañango”, inspirada en el artista alemán, Anton Göering, está conformada por un numeroso grupo de piezas de pequeño formato en las que destaca el tratamiento gestual casi abstracto. Son piezas sombrías, perturbadoras, por sus formas elusivas, estos estudios recuerdan brotes de magma aleatorios y densos.
En la sala pequeña se despliega una instalación en la que González, como en un gran collage tridimensional, mezcla diversas pinturas y objetos relacionados con la pintura de su niñez. Alrededor del gran cisne descolorido, se van organizando mapas, textos, videos, animales que parecen no tener relación entre sí, pero que podríamos especular se trata de una gran fotografía familiar en la que vibran los afectos y los desafectos. A partir de este cuadro que representa una referencia fundamental en la infancia del artista se van vinculando todas las geografías que ha recorrido físicamente y también las imaginadas, los territorios presentidos que habitan sus sueños y que nos revela magistralmente en sus pinturas.
Tahía Rivero, curadora