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La Regla de la Segunda Orden

Malu Valerio

La Regla de la Segunda Orden, 2018-2019
Tela de algodón, hilo de seda, hilo de algodón, sedalina, caja de madera, relleno hipoalergénico
Libro: 30 x 305 cm / Caja: 36 x 24 x 6 cm


PROYECTO SELECCIONADO POR YURI LISCANO

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La Regla de la Segunda Orden es un libro textil que se despliega a modo de pergamino, induciendo una lectura que guía un recorrido. Es el corolario de una serie de hechos irremediables. Cada uno de los casos allí tratados -doce venezolanas víctimas de feminicidio en el extranjero entre 2017 y 2018- enmarca a su vez uno de los doce enunciados de los capítulos que conforman la regla de la Segunda Orden franciscana, como ejercicio de aprehensión de la existencia de esas mujeres que, huyendo de un país-despojo, movidas por un estado de desmoralización y desesperanza, hallaron una vida penitente que decantó en un infausto final.


La Segunda Orden Franciscana -orden de las hermanas pobres-, creada hace ocho siglos en Italia por Santa Clara de Asís, es una orden religiosa cuya norma o regla se ciñó a la doctrina de San Francisco de Asís, basada en el sacrificio, voto de pobreza y caridad, austeridad, silencio, clausura y separación del mundo. Esta orden católica ha sido la primera en formarse y regirse por mujeres, para mujeres. Su regla fue redactada por Santa Clara, y adoptada en la víspera de su muerte en 1253, después de 27 años de postración a causa de múltiples flagelaciones y ayunos a los que la santa se sometió como demostración de su devoción y sacrificio, tiempo durante el cual se dedicó íntegramente a dos oficios: orar y bordar.


Entendiendo la martirización como ruta a la santificación -y la Iglesia como una de las principales estructuras de control social y una de las grandes constructoras socioculturales del  patriarcado-, persigo un ejercicio de santificación de un grupo de doce mártires venezolanas contemporáneas, quienes se han auto infligido un camino de martirios que van desde la admisión de relaciones con parejas violentas a la aceptación/adopción de oficios de riesgo -prostitución, dama de compañía, escort, etc.-, venezolanas migrantes que han perecido fuera de su territorio por causas vinculadas al género, víctimas del feminicidio.


Si las santas de la Iglesia Católica han tenido que transitar largos caminos de sacrificio, penitencias, perjuicios a su salud, entre otros devocionales, estas “santas venezolanas contemporáneas” asumen la admisión, el dolor, la inmolación y expiación que podrían significar formas novedosas de santificación, acordes con los sistemas de control social actuales (carteles de narcotráfico, bandas de secuestro, grupos de extorsión, redes de trata de personas) que se han originado en la sociedad latinoamericana con políticas de ordenamiento que imponen nuevas codificaciones -diversos niveles de poder dentro de los cuales estas mujeres coexisten, en esa fina red liada entre el control, amor, poder, dinero, dolor, sexo, libertad, chantaje, apariencia, obsesión, dependencia.


De acuerdo a estadísticas ofrecidas por asociaciones civiles y distintas ONG, en la mayoría de los casos se trata de mujeres jóvenes en edad reproductiva -entre 18 y 40 años-, muchas de ellas provenientes de hogares humildes, que emigran de forma irregular, desesperadas por las carencias económicas y diversos modos de precariedad. Son captadas por redes de trata de personas que actualmente operan en el país -en universidades, liceos, gimnasios, etc.-, ofreciéndoles trabajos de modelo o actriz, pero al arribar al país destino se encuentran con estas organizaciones delictivas, que les retienen sus identificaciones personales y les obligan a trabajar para ellos en una espiral sin salida de violencia, maltrato psicológico, violación y tortura, que deriva en feminicidio.


Otras emigran solas, pudiendo asentarse temporalmente en localidades marginales de estados fronterizos, acudiendo a ejercer oficios menores y mal pagados por su condición de ilegalidad, refugiándose en hostales precarios e inseguros y poniendo en riesgo su integridad física. Algunas de ellas se desplazan acompañadas de sus parejas, en medio de relaciones desestructuradas, deterioradas o con antecedentes violentos. Los cónyuges, al verlas solas en un entorno libre de familiares y amigos a quienes la víctima pueda acudir en caso de agresiones, se sienten con libertad de proceder de forma opresiva sobre su pareja, pudiendo llegar a agredirla, a sabiendas de que la mujer se halla en indefensión por desconocimiento de las leyes locales o de formas de acceder a las instituciones dedicadas a su protección.


Este es un fenómeno que prospera al ritmo de la diáspora, que crece y se suma a las implicaciones que las condiciones sociales, económicas y políticas del país han generado, cuyo índice va en aumento y no se detiene.

Malu Valerio

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