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Los devenires del cadáver exquisito

Giann Di Giuseppe


Cápsula


(Cadavre Exquis with Valentine Hugo, André Breton, Tristan Tzara, Greta Knutson Landscape c. 1933)


Cadáveres en todas partes. Pies de niños con cabeza de ballena. Mujeres con antenas y perros con alas literalmente. El cadáver se mantiene en el límite de lo representable y reconocible; la expresión del cadáver se escapa al entendimiento. La filosofía ha hecho el intento de explicar, sistemática y rigurosamente, las categorías necesarias para entender la realidad, dando un sentido lógico a lo que percibimos. Kant no hace otra cosa que no sea erigir un tribunal, en donde la razón es tanto juez como juzgado; los límites del entendimiento se establecen; el fenómeno se presenta y, a través de la síntesis de lo presentado, se representa. “Lo que se presenta a nosotros es ante todo el objeto tal como aparece [...] Lo que se define como conocimiento, esto es, como síntesis de lo que se presenta, es la representación misma.” (Deleuze, 1963, p.22-23). De esta forma Kant ha impuesto los límites.


Se trata, a fin de cuentas, de los límites y sus creaciones. Se esquivan categorías, se desplazan figuras, se encajan apariciones. El ejercicio continuo es siempre el de limitar; se limita la experiencia y limitamos la experiencia. A su vez, el límite constituye un espacio ambiguo, ya que es, al mismo tiempo, el afuera de lo que se está limitando. El sujeto impone límites al objeto; el objeto es el límite que está afuera. La filosofía no para de marcar límites.


Amplio hasta creerse interminable, un discurso que se ha llamado filosofía siempre ha querido decir el límite, comprendido el suyo. [...] Era preciso que su propio límite no le fuera extraño. [...] La filosofía siempre se ha atenido a esto: Pensar su otro. Su otro: Lo que limita y de lo que deriva en su esencia su definición, su producción (Derrida, 1989, p.17).


Hacer límites es hacer la vida. A través de los límites se entiende la realidad, se categoriza y se comprende; no se puede vivir sin limites. No obstante, es fácil caer en la asunción de que la vida es límite, es decir, que los límites realmente existen. Nada más falso que los límites. Siempre ponemos límites a todo; la existencia limitada es la existencia del hombre. Pero, eso no tiene una carga moral, es decir, que no constituye una condición inherentemente mala del ser humano, simplemente así es cómo podemos vivir. “Es digno de nota que sea el intelecto quien así obre, él que, sin embargo, sólo ha sido añadido precisamente como un recurso de los seres más infelices, delicados y efímeros, para conservarlos un minuto en la existencia” (Nietzsche, 2012, p.23) Mantenernos conservados, esa es la tarea del límite. Ante el caos que produce el mundo con sus cortes y flujos, “solo pedimos un poco de orden para protegernos de caos” (Deleuze & Guattari, 1991, p.202).


Ahora bien, el proceso de limitar, es decir, de establecer las categorías para entender la realidad, impone una suerte de totalidad que, tal como afirma Nietzshce, es siempre arbitrario. “Dividimos las cosas en géneros, caracterizamos el árbol como masculino y a la planta como femenino: ¡qué extrapolación tan arbitraria! [...] ¡Qué arbitrariedad en las delimitaciones!” (Nietzsche, 2012, p.26). El error es creer que el mundo, entendido como la totalidad del caos que bombardea nuestros sentidos, es en sí limitado. El pecado original fue creer que los límites sí existen. Este proceso lleva al intelecto a tomar partida en una justa violenta en donde él golpea fuertemente a la realidad, para así subyugar según sus propias leyes. Es un proceso que lleva al Absoluto, donde la realidad es racional y lo racional es real; el concepto, que es el arma de la razón, ataca sin cesar a lo que no tiene forma, para crear límites. Y, sin fin, este desarrollo existe en un continuo crecimiento; el pensamiento se desarrolla. “Un pensamiento desarrollado es un pensamiento desarrollado, añadiré que es un pensamiento político, porque la generalidad a la que aspira es la del Estado universal” (Blanchot, 1969, p. 525).


El pensamiento piensa en lenguaje, esto es algo ya sabido. No podemos escapar del claro, en donde la luz del ser ilumina lo ente. El lenguaje es nuestra morada y, a su vez, nuestra cárcel. Los límites del lenguaje son, seguramente, los límites de nuestro mundo. Con todo, el lenguaje se presenta como el ordenamiento del pensar, elevando las cosas a universales, dotándolas de un juego elevado; el concepto como el cielo que vigila la tierra, a esa corporeidad amorfa entre cuerpos sin nombre. Y es justamente en esa tierra en donde, ante la profundidad de las cavernas, está aún lo no hablado, a la espera de salir a las alturas. Sin embargo, entre las profundidades de los cuerpos y la altura de los conceptos se encuentra la superficie del acontecimiento, que no se mezcla con los cuerpos ni con la proposición que enuncia a estos cuerpos. El acontecimiento es el puro devenir, puro efecto de las superficies.


El puro devenir se resiste a las limitaciones o identidades fijas. “La paradoja de este puro devenir, con su capacidad de esquivar el presente, es la identidad infinita” (Deleuze, 1969, p.11) No se deja limitar, ya que, por su naturaleza, es “lo ilimitado, es la materia del simulacro en tanto que esquiva la acción de la Idea, en tanto que impugna, a la vez, el modelo y la copia” (Deleuze, 1969, p. 10) Gracias al devenir, al acontecimiento, lo que no tiene límites se queda ilimitado; es el resultado, por un lado y por el otro, de dos sentidos a la vez. Cuando hay devenir el intelecto sufre, ya que lleva al límite a la razón que, en su intento por categorizar, no logra imponer su fuerza en lo que se le presenta. La representación se vuelve una tarea casi imposible.


Aziz+Cucher, Alí González y Beatriz Inglessis, en La resurrección del cadáver exquisito (Sala Mendoza, 1998)


Y ahora, vuelven los cadáveres. Básicamente su constitución está hecha a partir de una mezcla de dibujos creados de forma separada que, al unirse, generan una figura que posee distintas características. Por ejemplo, el dibujo puede empezar con la cabeza de una persona, el cuerpo de un dragón y los pies de un insecto. Esta práctica artística genera su goce a partir del resultado completo del dibujo, no tanto de sus partes individuales, ya que el dibujo completo plantea tensión en su recepción. En suma, el cadáver exquisito propone una suerte de ejercicio común para el artista, en donde la integridad de la categorización sufre un desnivel, pero momentánea y superficial. Lo que esconde, y esto es lo importante, es justamente los devenires del mundo. Al no ser una figura reconocible en su totalidad, el cadáver es devenir, es decir, es un hombre y un dragón a la vez; en ambos extremos el cadáver dispara su sentido. Rechaza toda identidad unitaria, ya que es dragón y perro. “Devenir no es alcanzar una forma (identificación, imitación, Mimesis), sino encontrar la zona de vecindad, de indiscernibilidad o de indiferenciación tal que ya no quepa distinguirse de una mujer, de un animal o de una molécula” (Deleuze, 1993, p.5) El espacio que está en ese entre es justamente la superficie en donde actúa el acontecimiento; el perro deviene niño cuando en este entre, límite del trazo, se unen ambas figuras. El sentido va a ambos lados, siempre perro y siempre niño.


El cadáver exquisito es un juego de los límites de lo reconocible, en donde el entendimiento pierde toda noción de inicio y fin; un constante devenir. Y es justamente en este devenir donde la práctica debe relacionarse no solo en el arte sino en la constante creación de la subjetividad. Devenimos mujeres, lobos, máquinas; los devenires escapan la representación limitante que pretende ofrecer un cuadro conceptual de la realidad, que no conoce, solo reconoce. En el devenir se presenta la capacidad de esquivar la categorización que no permite entender que somos devenires. Nosotros somos, a fin de cuentas, cadáveres siempre exquisitos.


Eugenio Espinoza, Cony Viera y Carlos Julio Molina, en La resurrección del cadáver exquisito (Sala Mendoza, 1998)


 

Referencias


Blanchot, M. (1969) El Diálogo Inconcluso. Monte Ávila Editores

Deleuze, G. (1969) Lógica del Sentido. Seix Barral (1993) Critica y Clinica. Anagrama

Deleuze, G. & Guattari, F. (1991) ¿Qué es la filosofía?. Anagrama

Derrida, J. (1989) Márgenes de la Filosofía. Cátedra

Nietzsche, F. (2012) Sobre Verdad y Mentira en un Sentido Extramoral. Tecnos

 

Giann Di Giuseppe (Caracas, 1999) es estudiante tesista de Estudios Liberales en la Universidad Metropolitana, y redactor en Caracas Crítica.

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