Erick Bautista Espejo
Cápsula
Para Nina y su padre
“En los labios niños,
las canciones llevan
confusa la historia
y clara la pena...”
Antonio Machado
I.
¿Es posible entender el amor, e incluso llegar a sentirlo, ante la violencia íntima?
Cuando los individuos han ingresado al mundo desde un entorno físico y lingüístico de maltrato, ciertas asperezas son rápidamente naturalizadas en los individuos. Educados con una noción de cuido pasa por jalones de cabello, humillaciones verbales, tundas recurrentes e inadvertidas. Como si la violencia circunscribiera unos modos de crianza legitimados en su autarquía, sobrepuesta a las relaciones en todos los niveles.
Cada individuo es consciente de su poder a través de la contundencia de un cuerpo contra el otro. En el ejercicio de la fuerza el fin último de la crianza se transforma en la supervivencia. Todos alguna vez han hecho llorar a alguien por brusquedad, o han sido los que han llorado. Esta es una crianza de ser el que no llora: “¿Por qué lloras, pues? ¿Tú eres marica? ¿Eres marica? Ya pues, las maricas son las que lloran, gafa. Tú eres mujer. Tú eres hembra.”[1] Como si el único gesto de amor honesto fuera formar a la persona para el mundo que se le presenta amenazante, siempre en combate.
El registro de la dinámica íntima, a través del medio audiovisual, revela gérmenes formadores del carácter de una sociedad circunscrita en la violencia y los desplazamientos. Se trata de una familia que reproduce, como un pequeño microcosmos doméstico, dinámicas políticas que les sobrepasan. Forman parte de una cadena que se tensa con las manifestaciones de poder de cada eslabón, ejerciendo la fuerza a través de las interacciones en el hogar y en la calle. Si bien la tensión de la cadena trasciende la de los eslabones, al detenernos para analizar un fragmento al detalle, se hace evidente las condiciones que atraviesan a los otros eslabones. El hombre a la mujer, la mujer a la niña, la niña a las mascotas, la muñeca. Y todo esto bajo la luz de esa hembra grandilocuente, que con su matriarcado marginal se asienta en muchos hogares venezolanos.
II.
Este puede considerarse un documental fallido en cuanto a intención. Lo que me propuse captar en principio permaneció, no velado, sino siempre en mi imaginación. La dinámica de lo cotidiano esfumó cualquier formulación dramatúrgica de mi parte. El documental fue filmado con una handycam Panasonic, mi primera cámara de video, que por razones de movilidad y seguridad era lo más prudente para usar, y a nivel técnico me daba una autonomía considerable. También filmé partes con un teléfono Sony Ericsson Vivaz, que me ofrecía unos contrastes interesantes.
Antes de iniciar el documental ya conocía a Willy y veníamos trabajando juntos. Aparte de ser mi vecino y amigo íntimo, había sido el sujeto de un reportaje fotográfico para un taller de documentalismo, y luego cuando tuve que proponer un tema para la asignatura de Taller de Cine II en 2014, inmediatamente saqué el tema de esta familia: un joven que recibe en su casa a una madre también joven y su hija, el establecimiento de la familia popular venezolana. Embebido en las posibilidades de la técnica y el medio, sobre la confianza de mi amigo dispuesto a ser frente a la cámara, el rodaje estuvo completamente abierto a la intuición.
No existió ningún tipo de actuación o dirección de actores. No se plantearon escenas ni escenarios. El guión consistió en un tratamiento y una escaleta escueta. Volví muchas veces al montaje, como un ejercicio de ocio en torno a unos mismos personajes. Hasta que lo retomé definitivamente en el 2020, junto a Ana Karina González. Preparamos el documental para el concurso del “17º Crea Sevilla Joven”, del que quedó finalista. Esto nos sorprendió mucho, especialmente, por el color local de la temática documentada, sumado a la factura técnica del filme.
Entre los agradecimientos también están Michelle Álvarez, quien contribuyó con su visionado del documental durante todas sus etapas y realizó la traducción de los subtítulos al inglés; Rafael Marziano, quién encargó el documental en su asignatura de la universidad, e hizo de asesor durante todo el proceso de producción y posproducción. Y todos los que prestaron su imagen para la realización del filme. Ninguno es actor, son todos mis amigos.
III.
Es necesario interrogarnos de qué modo nos aproximamos como espectadores al modelo de crianza documentado. ¿Es visible el ciclo de violencia para aquellos no habituados a las implicaciones culturales de los barrios venezolanos? ¿Podría ser esta una historia de cualquier lugar? La posibilidad de empatizar con la infancia yéndose abre las vías del entendimiento para el espectador.
Cuando filmé el documental estas dinámicas estaban tan naturalizadas para mí que, al revisar las escenas años después, me sorprendía horrorizado por comentarios y maneras de aproximarme al otro detrás de la cámara. Ejerciendo yo también la violencia y el poder de una manera fluida; como si fuera un canal adicional en la comunicación, que suplementa la eficacia de la transmisión del mensaje. Me decía que si en todo ello hubo un rol de antagonista, fue el del narrador que mostró y seleccionó lo que le entusiasmaba. Que estuvo allí y no hizo nada. Ver cómo mi propia mirada, que con la experiencia de los años percibía cada toma de una manera distinta, se alarmaba ante ciertas situaciones, me hizo pensar que definitivamente hay algo allí que habla de una particularidad que nos compete a todos como venezolanos, y de una universalidad que es capaz de mover fibras en otras latitudes. Enfrentarnos a lo que nos incomoda implica un desplazamiento de nuestra zona de confianza, en apertura a la otredad y su diversidad.
Otros suelen identificar a Bibiana con cierto papel de antagonista, por su manera de expresarse y actuar, al considerar que manifiesta unos valores opuestos a los de la mayoría. En ella se encarnan los valores humanos en bruto: un vivir sin amaneramientos ni concesiones, con apetito y fertilidad. A nivel práctico a Alfrelyn nunca le faltó un plato de comida ni un lugar cálido donde dormir, mientras estuvo con Bibiana. Aunque en un momento de crisis la niña pasó a vivir con una tía paterna, en otra historia también complicada, aunque más acomodada que con la madre.
Ante la ausencia de la niña Bibiana sintió auténtica añoranza. Se lamentaba y decía que estaban criando a su hija muy consentida, y que le daba miedo eso. Como si su mayor preocupación es que estuvieran engañando a la niña, haciéndola una incapaz para lo que, según sus consideraciones, es el mundo real. ¿Quién le iba a jalar el pelo a su hija, quién le enseñaría a pelear? Si bien no es el amor romántico y decimonónico, hay una noción de cuido que, de manera particular, expresa lo más parecido al amor que sabe expresar.
Mientras se siga viendo a Bibiana como una villana y a Willy como una víctima, y no como personas reales que se desenvuelven en un medio complejo; mientras no haya una alternativa para Alfreilyn y no sea más que la lástima que pueda sentir cada espectador; mientras no se entienda que una parte muy amplia de la sociedad Venezolana ha sido marcada por la violencia para siempre, y no se trabaje para hacer los ajustes necesarios desde la educación, seguirá existiendo el problema. Mientras no se entienda que el problema no es un problema, sino que es una cultura, no habrá la aceptación y el entendimiento necesario para conciliar un país desmembrado.
Erick Bautista & Ana Karina González (2014) Mi papá es Willy [ Película; video online ]
Erick Bautista Espejo (La Grita, 1992)
Licenciado en Artes por la Universidad Central de Venezuela. Fue publicado en 2016 en la antología del “I Concurso nacional de poesía joven Rafael Cadenas”. En 2018 escribió el prólogo para el libro “Polonia en Venezuela: Historias de vida” de Inés Muñoz Aguirre. En 2020 su primer cortometraje “Mi papá es Willy” resultó finalista del “17º Crea Sevilla Joven” en la categoría de audiovisual. Reside en Pamplona como librero.
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