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El poder expresivo del trazo: una lectura existencial sobre la obra de Alberto Giacometti

Ernesto Borges


Cápsulas


Alberto Giacometti, Diego, 1959. Pintura. Óleo sobre lienzo, 610 x 498 mm, Galería Nacional de arte británico y arte moderno en Inglaterra: TATE.



Alberto Giacometti (1901-1966) fue un dibujante, artista plástico y pictórico suizo, reconocido principalmente por sus esculturas en bronce, y su provechosa relación con intelectuales como André Bretón, Samuel Beckett, entre otras figuras de renombre. Nació en Val Bregaglia, donde inició su formación artística de la mano de su padre Giovanni Giacometti, quien fue un pintor impresionista.


Entre los valores más resaltantes de su producción artística se encuentra una lograda desfiguración de los objetos, una languidez espectral, y lo que podríamos llamar un minimalismo figurativo, que en conjunto ofrecen una experiencia y sensación de distanciamiento e impasibilidad que emana de las figuras representadas en sus obras. En uno de sus conocidos cuadros, Diego (1959), se puede apreciar tal experiencia. Giacometti retrata a su hermano mayor, con quien mantuvo un cercana relación en su vida. Aun así, la obra no parecer mostrar a una figura fraternal, o cercana; por el contrario, presenta una figura enigmática y de trazos abigarrados, violentos.


Un aspecto sumamente destacado en su producción pictórica reside en la violencia del trazo. En Diego, el fondo está constituido por una serie de veladuras de tonos fríos, grises y azules con mínimo tono ocre. Por contraposición, la figura de Diego parece resurgir de ese fondo opaco e indeterminado, pero él tampoco parece ser una figura más determinada o clara. Según el filósofo francés Jean-Paul Sartre (1954), “Giacometti comienza por expulsar el mundo de sus lienzos: su hermano Diego, completamente sólo, perdido en un cobertizo: es suficiente. Y todavía es necesario distinguir a este personaje de lo que lo rodea” (p. 272). Diego es tan espectral en la obra como el fondo en el que se encuentra. De hecho, el destacado trazo es lo único que delinea y define, de forma insuficiente, la figura del hombre. Esto es una característica general que repetirá en diferentes obras –véase The city square (1949) o the Artist’s Mother (1950).


Alberto Giacometti, The city square, 1949. Dibujo. Tinta sobre papel, 31.4 x 51.1 cm. Museo de arte moderno.


La fuerza de la obra es impulsada por un trazo concienzudamente violento, que deja hasta cierto punto indeterminada a la figura, y que también diluye la relación que se produce entre el objeto figurado y su paisaje. En una carta dirigida a su galerista Matisse, Giacometti (1947) afirma que: “Las figuras nunca han sido para mí una masa completa, sino algo como una construcción aparente” (p. 639). Esa construcción aparente es la que invade al espectador, y le hace sentir una insuficiencia y pesadumbre que llevan consigo los personajes y seres que presenta Giacometti.


Esta característica es algo que Sartre distinguió muy bien en su momento, por lo que percibió en el artista una afinidad con su filosofía existencial. En donde la “nada juega un papel central. Giacometti desde la producción artística, y Sartre desde la reflexión filosófica presentan a un hombre desnudo, enmudecido y consciente de adolecer una insuficiencia que le constituye. En su texto El ser y la nada (1943), el filósofo francés escribe que “El hombre se presenta, por ende, al menos en este caso, como un ser que hace surgir y desplegarse la Nada en el mundo, en tanto que, con ese fin, se afecta a sí mismo de no-ser” (p.58). Para Sartre, el hombre es portador de una “nada”, en cierta forma somos seres incompletos, y ese hiato es algo que bien representa el trabajo de Giacometti.


Adam Riches, Untitled A3-13-0010, 2018. Dibujo. Tinta sobre papel, 42 × 29 cm

Daisei Terazono, Yellow sky, 2018. Pintura. Pastel, acrílico sobre papel, 34 x 22 cm


La influencia de su obra es palpable en diferentes artistas contemporáneos, entre los que destacan Adam Riches y Daisei Terazono, que son capaces de hacer del trazo el principal elemento expresivo en sus obras. Ambos retratan logradamente una inefable experiencia de dolor silencioso y vacío, en donde se desdibujan los hombres para poner de manifiesto esa ausencia o fractura entre el hombre y su entorno, o el hombre consigo mismo.


Aunque la obra Diego alude directamente a su hermano, los personajes que comúnmente elabora Giacometti, y el propio “Diego”, destacan por su no-caracterización. Riches y Terazono también retratan hombres anónimos, casi impersonales, deformados por el garabato. Se ven como extrañados en su situación, y precisamente ese sentimiento nos interpela con su miradas distantes, o una impersonalidad tal que nos parecen extraños a nosotros.



Alberto Giacometti, The artist’s mother, 1950. Pintura. Óleo sobre lienzo, 89.9 x 61 cm. Museo de arte moderno.

Daisei Terazono, Painter. Pintura. Pastel, acrílico sobre papel montado sobre madera, 89 x 94 cm.


Para Sartre (1954), sus “personajes viven en un espacio cerrado impuesto por sus propias distancias, en un vacío prefabricado que no llegan a llenar” (p. 271). Estos “hombres extraños” nos golpean con su indiferencia, pero tal golpe no genera otra cosa que un cuestionamiento sobre nosotros mismos. La obra de Giacometti es capaz de avivar esas preguntas más íntimas sobre nuestra razón de ser como hombres, en un mundo que de pronto se torna desorientador y aislante.


Alberto Giacometti, Caroline, 1965. Pintura. Óleo sobre lienzo, 1295 × 806 mm. Galería Nacional de arte británico y arte moderno en Inglaterra: TATE.



 

Referencias bibliográficas


Sartre, J. (1943). El Ser y la Nada. Editorial Losada S.A. Buenos Aires, 1966.


– – –. (1954). Situación cuatro: Las pinturas de Giacometti. Editorial Losada S.A. Buenos Aires,1977.



 





Ernesto Borges (Caracas, 1999)

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