La construcción identitaria de la ciudad a través de la violencia.
José Miguel Ferrer
Cápsula
“Porque no hay inocentes, Dario, porque todos somos culpables”.
- Fernando Vallejo
Fotografía de Ronald Pizzoferrato.
La imagen de la Virgen de Coromoto es reconocida por todos los venezolanos. En sus brazos, bajo el halo de divinidad, está su pequeño hijo y su mirada, tenue y sutil, es como una capa divina que se distribuye por el imaginario de sus fieles. Sin embargo, en una pared de Caracas, en el núcleo del valle de balas, existe un mural donde la mirada de la virgen mira a los ojos de manera confrontativa y en sus brazos, a la par de la imagen de su hijo, se encuentra un AK-47. La superposición de elementos religiosos con la figuración de la violencia es, entre muchas cosas, común en la cotidianidad caraqueña.
Plomo de Ronald Pizzoferrato es un libro que analiza la intervención de la violencia, sobre todo de la imagen del “arma” en la sociedad venezolana, en específico caraqueña. El imaginario de la ciudad -marcada por un decaimiento socio-político- está configurado por la representación constante de la violencia como base estética. Ahora, es primordial conocer el funcionamiento de la imagen fotográfica para, de una u otra manera, encontrar los signos que constituyen la potencialidad identitaria de los ciudadanos que, en la mayoría de los casos, se encuentra escondida bajo la bruma de la cotidianidad.
Roland Barthes en La cámara lúcida -un texto imprescindible para analizar el significado estético de la fotografía- establece, primero, una función imposibilitada por parte de este arte en construcción. La fotografía, de acuerdo con el teórico francés, es una reproducción inmediata de la realidad y, en este caso, se encuentra bajo el yugo perpetuo de su referente y la producción de sentido es, en muchos casos, estático. Sin embargo, al mismo tiempo, reconoce elementos retóricos en la constitución de la fotografía. Esto permite la conexión reflexiva sobre ese instante suspendido en el tiempo bajo la perspectiva -estilo- del operador de la cámara y el espectador.
Estos elementos son los que Barthes denomina como “biografemas”: detalles de la fotografía que diseccionan un infra-saber. Es decir, los fragmentos de una fotografía, diminutos en la composición y, a veces, imperceptibles ante la búsqueda de la “gran imagen” son aquellos que permiten, verdaderamente, hilar conexiones de sentido. Por ejemplo, en la fotografía de la virgen abrazada de una AK-47, más allá del arma y la obvia contradicción, existe un biografema que permite establecer nuevos signos: la mirada. En ella se establece la potencialidad del conflicto. La pintura no es, sencillamente, el encuentro azaroso de dos elementos considerados dicotómicos, sino, a su vez, es una nueva representación de la protección divina. La virgen no es una imagen que cuida a la distancia; ella toma las armas y enfrenta al enemigo.
El trabajo investigativo de Plomo tiene como finalidad encontrar estos lugares, visibles ante la mirada de los ciudadanos, para desentrañar estos aspectos que, aunque escupan en la cara moral de la sociedad, son parte ineludible de la identidad. Por eso mismo, partiendo de Barthes, la fotografía en este caso es “suficientemente crítica como para inquietar, pero por otra parte es demasiado discreta para constituir una crítica social eficaz”. La imagen tiene como objetivo, para no desviarse en el camino, ser el chispazo de la inquietud.
Fotografía de Santiago Méndez.
II.
Plomo está dividido, principalmente, en cuatro capítulos, en los cuales se presenta un análisis fotográfico, acompañado de varias leyendas, que disecciona el cuerpo social de la violencia en Caracas; desde la privatización del monopolio de la violencia y las grandes compañías de blindaje, pasando por las pequeñas estatuas de la corte malandra, con un arma en el cinto y un cigarrillo en la boca, hasta el negocio del armamento a través de las redes sociales. Estos puntos permiten que el espectador sea capaz, más allá de, sencillamente, dar cuenta de los aspectos de su normalidad, de analizar la intervención de los mismos en la conformación de un contrato social y, sobre todo, del imaginario compartido.
En este caso, de acuerdo con el teórico esloveno Slavoj Zizek, se estaría hablando de la violencia sistémica, aquella que es inherente a la estructura de vida y está invisible bajo los hilos de la cotidianidad. Es sencillo reconocer el acontecimiento de la violencia, sentir el acabose social y generar discursos vacíos y fundamentalistas sobre la base del “problema”, pero, ciertamente, la estructura que domina el funcionamiento de los individuos permea una violencia intrínseca y ese es el punto, desde la perspectiva del trabajo fotográfico de Pizzoferrato, que debe ser visto para desentrañar la realidad caraqueña.
En el texto de Plomo, Alexander Chaparro, hace una disertación sobre las razones que se han establecido en el discurso académico sobre la violencia en Caracas. La mayoría establece, desde un posicionamiento, por lo menos, superficial, que el núcleo del incremento del delito incurre, primero, en la imposibilidad social de adecuarse a sistemas legitimados en el extranjero y, segundo, a una naturaleza bárbara de los ciudadanos. Ambos aspectos son la base para la difusión de un discurso equivocado sobre el proceso evolutivo de la violencia en Venezuela.
La violencia, en sí misma, es inherente al individuo, ya que, partiendo de la reflexión de Walter Benjamin, siempre es necesaria para la fundación de nuevos elementos simbólicos. Toda evolución es resultado de un encuentro violento entre el pasado y el presente. Ahora, las características de la violencia citadina, representada en la sensación constante de zozobra y en el miedo de morir un día común, en una caminata normal, de una esquina a otra, son diferentes. Es, quizá, el resultado del acabose del Estado como regente del monopolio de la violencia y su transformación en una mascarada cadavérica del abuso de poder lo que ha permitido el incremento de la criminalidad.
El trabajo fotográfico de Pizzoferrato, alejado de las trincheras del prejuicio o la romantización, establece una mirada concreta sobre la cotidianidad y analiza el lugar de la violencia en los procesos identitarios. En el habla caraqueña, por ejemplo, enunciados como “plomo”, “malandro”, “beta”, “lacra”, entre otros, son parte de una reconfiguración; comenzaron como vocablos negativos y, ahora, se utilizan para enunciar grandeza, finura y estatus. La representación mimética del arma, empuñando el dedo índice y emulando el pulgar como un gatillo, son parte de la jocosidad de las redes sociales. Las paredes están marcadas por disparos, murales armados y, por otra parte, cada ciudadano es capaz de configurarse a sí mismo de acuerdo al contexto que habita. Esto nos permite, como lectores de Plomo y habitantes de la ciudad, encontrarnos de otra manera con estos signos; no para dramatizarlos, sino, al contrario, para analizarlos desde una perspectiva sincera.
Fotografía de Santiago Méndez.
III.
La identidad es un proceso, principalmente, narrativo. Los sentidos que constituyen las bases de relación entre los integrantes de una misma comunidad son aspectos creados a priori. Por ende, no existe una naturalidad, una base inamovible de la identidad y, al contrario, este concepto se encuentra en una modificación constante que se nutre de las características del contexto. En ese caso, la identidad venezolana se ha reconfigurado en los últimos años, para bien o para mal, con la intervención de narrativas separatistas que aúpan el conflicto y han permeado el avance de la criminalidad.
La fotografía de Pizzoferrato es parte de una mirada periférica que nos permite entender los fundamentos de la violencia y, quizás, establecer un nuevo punto de partida para su configuración dentro de la sociedad. La imagen religiosa a la par de un arma; los entierros y su parafernalia de motos, coronas de flores y rocío de anís; las nuevas acepciones del lenguaje y, sobre todo, la hostilidad de la vida son elementos inherentes a la contemporaneidad caraqueña porque nacen del desequilibrio político y, a su vez, son la base de su sostenimiento.
Leonor Arfuch establece que “la ídentidad sería entonces no un conjunto de cualidades predeterminadas -raza, color, sexo, clase, cultura, nacionalidad, etc.-. sino una construcción nunca acabada, abierta a la temporalidad, la contingencia, una posicionalidad relacional sólo temporariamente fijada en el juego de las diferencias”. De esta manera, al entender el proceso inacabado de la construcción identitaria, podemos analizar la función de la violencia, naciente de las contingencias políticas, como un signo configurador de la estructura social y, por ende, de los sentidos comunitarios de la ciudad.
Las imágenes de Plomo muestran una disección curatorial de la cotidianidad caraqueña, entre dimes y diretes, huecos de bala y vidrios blindados, para dar cuenta de los nuevos procesos de la ciudadanía. Sin embargo, la mirada del espectador será la única responsable de encontrar un elemento “punzante”, como una navaja en la costilla, que logre desentrañar las escaramuzas simbólicas en la incipiente búsqueda del qué somos.
Fotografía de Ronald Pizzoferrato.
Bibliografía
Identidades. sujetos y subjetividades / Leonor Arfuch..[ct.al.]. , compilado por Leonor Arfuch - 2a ed - Buenos Aires: Prometeo Libros, 2005.
Benjamin, Walter. 1998: Para una crítica sobre la violencia y otros ensayos. España: Editorial Taurus.
Zizek, Slavoj. 2009: Reflexiones sobre la violencia. Buenos Aires: Editorial Paidós.
Barthes, R. (1989). La cámara lúcida: nota sobre la fotografía. Barcelona: Paidós.
José Miguel Ferrer (1997, San Cristóbal) Licenciado en Letras por la UCAB y realizó el trabajo de grado titulado “La intervención de la violencia en los códigos de identidad de El Desbarrancadero, de Fernando Vallejo”. En estos momentos, reside en Caracas y es estudiante del Magíster en Literatura Latinoamericana por la USB; en los últimos años se ha desempeñado en el área periodística. Co-creador del proyecto de narrativa joven titulado “Brevelectric”.
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