El giro geográfico de Antonio García Rico y su Museo Efímero
Dra. Elizabeth Marín Hernández
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El giro geográfico
Tomar como punto de partida la definición de lo geográfico como marca específica de territorios definidos en la descripción de sus formas naturales, limítrofes, o sociales, determinadas en su formulación geofísica, nos alejaría de los nuevos planteamientos de lo que significa lo geográfico como lugar de transformación simbólica al que puede accederse desde otros modos de pensar al territorio en la alteración de los esquemas establecidos.
Debido a que,
La geografía de hoy no tiene nada que ver con la de ayer: los modos de grafía han cambiado tanto como la gệ (la Tierra). […], la geografía de los artistas contemporáneos explora a partir de ahora los modos de habitar, las múltiples redes en las que evolucionamos, los circuitos en los que nos desplazamos y sobre todo, las formaciones económicas, sociales y políticas que delimitan los territorios humanos [1].
Territorios que por sus cargas significantes acceden a la visualización del artista como espacios de comprensión en los que se elaboran nuevas cartografías de uso en la interioridad de las experimentaciones que nos presentan ante la entrada del ‘otro’, en la obsesión de hallarse en otro lugar, ajeno, lejano, distinto, pleno de formas y de manejos simbólicos dignos de ser narrados por medio de un profundo proceso de relaciones, que trascienden la mirada individual del artista que gira sobre sí mismo para convertirse en un cartógrafo de espacios, en el que los territorios y las comunidades que los habitan se transforman en campos de acción en los que se manifiesta una lúdica temporal dentro de una “zona offshore: ni integrado del todo en la sociedad –a la que accede– ni limitado del todo al rol de observador neutro, se define ante todo manteniendo sus distancias, alternando la expedición comprometida al corazón de lo real y la retirada al confort que procura la extra-territorialidad” [2].
Las entradas y salidas de las zonas geográficas marcan dentro sí misma nuevas y complejas cosmogonías del territorio. Otras visualizaciones capacitas de relacionar miradas diversas, alteradoras de los mapas, con la intención de cargarlos de nuevas escenas y presencias en medio de relaciones que giran en la imagen del artista a través de otras descripciones y utilizaciones del territorio, pues de él puede extraer, generar, fragmentar, o cortar una diversidad de elementos y de significaciones no evidentes con la finalidad de hacerlas marchar de otra manera ante su intromisión en el otro espacio, en el momento en que coloca en acción otros códigos de trazado, otra elaboración de cartografías que parten de una gramática visual distinta con la cual comprender al territorio desde un afuera que explora e interviene las superficies de paisajes naturales y sociales ya establecidos.
Exploraciones que organizan geográficamente territorios de carácter emocional, identificados, modificados y utilizados dentro de la empatía de lo hallado con la intención de conducir a lo geográfico a una concepción girada en la que se establezca “un modo distinto de organizar el conocimiento en función de la manera en que lo natural, lo social y lo cultural quedan relacionados entre sí” [3], y donde dichas relaciones ejecuten otro campo de ideas sobre las cartografías que se nos presentan, en tanto que las mismas se encuentran atravesadas por una diversidad de agentes socioculturales y naturales, habilitados de evidenciar la interioridad de configuraciones microterritoriales que transitan desde local, lo privado, los modos de uso del territorio y las formas de identificación con el mismo.
Antonio García Rico y su Museo Efímero
Territorialidad, extra-territorialidad, lugar, trayectorias naturales y humanas condicionan y emergen en la formulación de una geografía no explayada en los modos de medición normada, sino en la utilización de nuevos mapeos que hablen desde otros usos de los territorios, más desde una empatía con el espacio al que se accede desde una observación, nada neutra, contemplada desde una producción cultural del espacio en el que se desarrollará la nueva cartografía por medio de la escenificación de otros lugares inesperados, marcados por una girada territorialidad en la cual el artista realiza una lúdica en la que programa otras formas de comportamiento mediante la alteración de lo ya dado o establecido en el lugar, su manera de comprenderlo y de representarse en él.
En este sentido, la geografía, llevada a cabo por un artista, genera otro espacio que une lo real a lo imaginario, y “que remite a un concepto más amplio de espacialidad, la «espacialidad» entendida como un «espacio socialmente producido» (…) [4] parte de una «segunda naturaleza», un aspecto esencial de la vida humana y de una descripción del mundo” necesaria para la comprensión de otros sistemas de representación, y el cómo descomponer a través de los mismos situaciones propias y ajenas, en medio de la configuración de una narrativa relacional conducida por la figura del artista-espacio, pensada en la posibilidad de generar obras modificadoras de los lugares en los que se sitúa en medio de su individualidad exploradora, comprometida en el acercamiento y el alejamiento posterior con los que realizará una particular topografía.
En este sentido, los lugares de ubicación serán concebidos a partir de la composición de otros espacios en los que se expresarán diversos, “comportamientos visuales, sonoros o táctiles del individuo, –o de la colectividad–de una manera prevista por el artista –y éste como programador y cartógrafo de otro lugar– (…) [5] con finalidad estética, de una serie de acontecimientos que afectan sensorialmente –y socialmente– al ser perceptivo, positiva o negativamente, por el placer o por el desagrado en un desarrollo espacio temporal”, marcado por lo imprevisto de la intromisión, de lo construido desde la mirada de aquel que explora con la intención de acceder al lugar con el objetivo de plantear otros recorridos territoriales y al mismo tiempo significantes.
Una experimentación geográfica que conduce el transito del artista Antonio García Rico (Caracas, 1970-), quien obsesionado por los tejidos espaciales, y en el cómo los mismos se manifiestan dentro de una determinada sociedad como la de El Molino, ubicada en los Andes venezolanos, dentro de un territorio marcado por la ruralidad y su aislamiento de lo urbano-citadino, con ritualidades particulares y tiempos distintos, a los que el artista accede desde una visión individual, exploratoria, con la cual indaga esta geografía a partir de las afecciones y de la transformación que puede producir en ella, en medio de una intrusión pensada en la posibilidad de creación de otros espacios de significación.
Espacios definidos en la colocación de una simultaneidad accionada en la extracción, fragmentación y recorte de lo hallado en esa específica geografía, del Estado Mérida del Occidente de Venezuela, con la que concibe un nuevo
[…] «espacio vivido» (…) [6] «directamente vivido», el espacio de los habitantes y usuarios, y a la vez contiene simultáneamente los otros espacios tanto reales como imaginarios. El espacio «vivido» se superpone al espacio físico, haciendo un uso simbólico de sus objetos, y tiende a ser expresado en sistemas de símbolos y signos no verbales”.
Signos y símbolos del lugar con los que el artista interviene el territorio de El Molino, con la intención de colocar el acento en ese espacio simultaneo, vivido, y para ello fue necesario la obligatoria ubicación de la zona offshore definida en la extra-territorialidad que determina miradas no neutrales sino relacionales que se transfirieran a un nuevo espacio socialmente construido del que García Rico se apropia y lo reconduce a nuevos campos de significación.
De allí, que el artista funcione en medio de la conversación y negociación permanente con la zona, en todas sus dimensiones, durante los años 2017-2018. Tiempo en que se trasladará a El Molino con la intención de conocer el territorio, sus identidades, sus rituales y costumbres determinadas en el mundo de la cosecha, sus modos de ejecución, la utilización de materiales con los dibujan las tierras en sinuosos linderos, la presencia de otros, ajenos a la comunidad y que hoy se encuentran en el juego del ser de allí por el tiempo de permanencia pero al mismo tiempo no pertenecer, o su lúdica con el poder religioso de la comunidad y la permisividad del mismo.
Su geografía y medición espacial de la población de El Molino nos habla de una cartografía social, subjetiva, configurada en los elementos simbólicos de su extra-territorialidad en un juego permanente con el territorio al que accede, en el que se expresa una nueva forma de funcionamiento en el momento en que resalta elementos no evidentes de esta particular sociedad y del entorno en el que se emplaza, donde las acciones del artista concebidas en intervenciones de distinto cuño, ya sea en el territorio físico o emocional de la comunidad, poseen como finalidad movilizarla de otra manera a patir de intervenciones que representan a este mapeo distinto, y que llevará por nombre ‘Museo Efímero’.
‘Museo Efímero’, un espacio museable de lo efímero, en el que todo la comunidad de El Molino emergerá en una nueva medida de lo representable, movilizada entre aquello digno de coleccionar en su impermanencia, pues solo es evidenciable en la experiencia y en los residuos que las acciones planteadas por García Rico dejan sobre el terreno delimitado en el cual, el mismo, colocará sus intencionadas y planificadas intervenciones desde su exploración y donde el territorio, en su espacio vivido se torna soporte con el cual inventar “un nuevo mundo de la topografía basada en la noción de entropía” [7] con la cual se genera un nuevo orden del territorio.
De esta manera, el ‘Museo Efímero’ de García Rico traza un nuevo espacio territorial vivido, a través de la creación de metáforas geográficas que permiten leer a la cultura de El Molino desde una diversidad de sustratos significantes en los que se operan, desde la mirada del artista, una serie de posibles identificaciones, dentro de actos de relación en los que se crean correspondencias momentáneas y que serán registradas dentro de la reorganización territorial dada por García Rico en el juego del mundo-superficie del Land Art dispuesto a ser alterado y en la presencia del “planeta-plató –en el que El Molino emerge en– una sucesión de escenas, de decorados a habitar” [8] con los que se expresa el espacio directamente vivido como experiencia.
En esta ambivalencia de mundo-superficie y planeta-plató El Molino surge y accede a la cartografía planificada en este giro de lo geográfico a través de siete intervenciones definidas y planificadas en la ambigüedad de lo museable como coleccionable y lo efímero como evanescente. Cada intervención tiene su tiempo de duración y de degradación, pues su propósito de marcar, de trazar al territorio se manifiesta a través de una heterogeneidad de dispositivos que transitan desde la sutileza, la laceración del espacio o la evidencia de los rituales atravesados por una investigación guionizada por el artista en el campo de lo simbólico y de lo social.
Investigación que funcionó como centro de conocimiento y de selección de lo hallado en intervenciones como: “Las piedras blancas” (Img.1-2) o “Tributo a la vaca” (Img.3-4) en las que materiales imperceptibles en la zona, las piedras blancas conocidas como cantos rodados y la osamenta de una vaca, funcionaron como elementos delimitantes, no tradicionales en el campo espacial territorial de El Molino tan solo con la finalidad de hacer evidentes los traslados, las delimitaciones, el fluir y la impermanencia posible de ser visualizada en el mundo-superficie que muestra el deambular del artista en su giro geográfico.
Otras dos intervenciones constituyen este espacio vivido en el Museo Efímero de García Rico, y expresan una girada definición de lo abstracto geométrico como traza en el mundo de las experiencias, que defieren de la espontaneidad de lo hallado y refuncionalizado de “Las piedras blancas” o “Tributo a la vaca”, ambas realizadas con esquemas racionales reciclan y cambian de intención las formas del arado tradicional de El Molino con el propósito de crear nuevas huellas sobre la demarcación del territorio.
La primera denominada “Dibujo en la cebolla” (Img.5-6) donde una yunta de bueyes funciona como el instrumento de realización de una expresión de entrada libre y sutil en el paisaje construido, cosechado, en el cual se transforman los surcos lineales dejados por esta antigua manera de sembrar y de marcar al territorio, por otra, llevada a cabo por el artista, en la puesta en funcionamiento de un sistema diseñado con el cual crear formas radiales, y con ello alterar la topografía tradicional junto a la posible innovación que rompa con los esquemas anteriores de la cosecha.
En esta transformación física del terreno, el artista juega con sus conocimiento de diseñador industrial para con ellos configurar un nuevo espacio de experiencia, en el cual la representación se encuentra en la acción que utiliza al terreno para dotarlo de un nuevo sentido de utilidad, y a la yunta de bueyes como el medio con el cual dejar su huella racional, para con ella generar una nueva funcionalidad que altera la linealidad anterior y al mismo tiempo a la topografía del paisaje.
La “Oda a Perséfone” (Img.7-8) es la segunda intervención, de cuño topográfico realizada por el artista sobre los terrenos de El Molino, sin bien ésta también expresa su carácter abstracto geométrico, la misma no posee la sutileza que el “Dibujo en la cebolla”, aquí el terreno es lacerado, bajo la consideración de la herida causada sobre territorio, por el gran movimiento de tierra que la concepción de la misma trajo consigo, la magnitud del espacio que ésta ocupó, además de juego entre lo natural y lo construido, entre lo establecido y lo imaginario, en los que se manifiesta la oposición entre materia y significado como herida del mundo-superficie en su materialidad.
Lo geográfico se convierte, entonces, en una cartografía específicamente humana en el momento de marcar al territorio desde una racionalidad emocional que se aparta de todo tipo de funcionalidad para la cosecha, pues en la “Oda a Perséfone” se expresa el ritual del dejar la huella, del haber estado. Una huella precaria que presenta en su tratamiento conceptual de impermanencia la necesidad de convertirse en monumento, en recuerdo en medio de una temporalidad efímera.
Las cuatro intervenciones: “Las piedras blancas”, “Tributo a la vaca”, “Dibujo en la cebolla” y la “Oda a Perséfone” cartografían y marcan al territorio desde una fisicidad y materialidad significante distinta en las que otro orden del territorio surge ante la ausencia de una sociedad que participa solo en la negociación de los espacios y en su posterior contemplación, ya que ellas evidencian el mundo-superficie, construido en la utilidad y no en la presencia de lo social en su carácter de participación, pero, a éstas con la intención de realizar una cartografía completa y compleja, el artista sumará tres intervenciones posteriores con la concurrencia activa de la comunidad, para con ello generar una nueva entropía que topografía a la colectividad desde otros espacios de entendimiento socialmente construidos.
Estas intervenciones se iniciaron con “El primer escupidero público de El Molino” (Img.9-10), una acción colectiva con la que García Rico se apropia y redimensiona una costumbre colectiva de la población, la de mascar chimó, una mezcla de tabaco cosido con sal de urao que es masticada y luego escupida por el que la consume. Esta costumbre, de antigua data en las comunidades andinas venezolanas, con la que sus habitantes doblegan el hambre, se ha convertido en una seña de identidad de ciertas poblaciones y el producto de la misma, el escupitajo se hace directamente al suelo, y a esto se le suma que el chimó también funciona como pigmento y con él se han desarrollado obras conocidas como pinturas de chimó en la región andina.
El artista cartografía esta costumbre y su expresión dentro del territorio de El Molino, con ella acciona una obra pictórica colectiva en la que coloca un lienzo y los escupidores realizan su operación de escupir los residuos sobre el mismo, en medio de una suerte de dripping inesperado, espontáneo, que da como resultado una pintura de chimó expresionista abstracta colocada en las zonas públicas del mismos.
Si bien, “El primer escupidero público de El Molino” coloca en evidencia diversos sustratos representacionales en los que García Rico establece su discurso extra-territorial dentro de diversas capas de significación, en una intervención posterior conducirá a la colectividad de El Molino a una nueva resignificación de la identidad de sus habitantes. Esta vez tomará como excusa una geografía social con la cual cartografiará a la población desde su intervención “Tumba por los vivos” en la que muestra desde el sarcasmo la presencia del ‘otro’, como un agente extraño a la comunidad.
“Tumba por los vivos” (Img.11) consistió en la realización de altar católico funerario acostumbrado por los lugareños, en el que se pedía y se oraba por los vivos, por aquellos ‘otros’ que acceden a los territorios de El Molino en forma de invasión. ‘Otros’, que acceden al territorio de manera inesperada y que desde la ritualidad popular deben ser ahuyentados. Cartografía que muestra una de las complejidades contemporáneas, la migración, el desplazamiento, el cruce de simultaneidades que emergen en la presencia de ese aparente extraño, con el que se tiene una conexión parcial y una relación distinta entre el ‘otro y el lugar’, pues, en esta particular tumba se redimensiona esa relación, con aquellos que irrumpen en una parte territorio que pertenece al Centro Documental de El Molino, creado por una pareja, una periodista y un arquitecto que se han dedicado a documentar y a divulgar las costumbres del lugar y de los habitantes, que actualmente continúan siendo otros, a pesar de su permanencia en el territorio y de los beneficios llevados a El Molino.
La última intervención altera por completo los espacios simbólicos de El Molino, la iglesia, que bajo la intrusión del artista que marca una geografía del espacio vivido transforma su función primordial, la del rito católico, para convertirla en un Cine en el aprovechamiento de su mobiliario. Esta acción de alteración y de transformación del espacio físico y significante fue denominada “El Cine” (Img.12-13), donde la nave principal de la modesta iglesia transfigura su función de culto en el altar principal, el ábside, para conducirlo a un lugar de proyección provisional y efímera, en la intencionada colocación de una precaria pantalla colocada en el lugar.
‘El Cine’, es una intervención acordada con el párroco de la comunidad, que cambia por completo la definición del espacio litúrgico para conducirlos a los trayectos de una funcionalidad distinta y con una significación otra, capacitada para generar una nueva lugaridad emocional, expectante del cambio, de una temporalidad que muta en los modos de contemplación y de comprensión del espacio y de sí mismos.
El Museo Efímero: Una topocrítica geográfica
Antonio García Rico a través de su ‘Museo Efímero’ nos conduce desde su presencia a su no presencia en ese recorrido del mundo-superficie interpretado por un particular modo de Land Art en las intervenciones que inician al mismo en “Las piedras blancas” o “Tributo a la vaca”, en ellas la espontaneidad de lo hallado marcan la ruta de este artista obsesionado por el espacio experiencial de lo vivido, que posteriormente decantará en el ejercicio de racionalizar su accionar sobre el mundo-superficie en tanto intervenir con sistemas de arado tradicionales y modernos al territorio, marcándolo, trazándolo, o resignificándolo desde la postura extra-territorial del artista geógrafo-espacio que se acerca a lo necesario y se aleja lo suficiente en una decisión individual con la cual cartografía al espacio al que accede.
Esta particular decisión conduce al artista por los trayectos de una geografía topocrítica con la que explora diversos sustratos sociales y naturales construidos, con los que recabó la información que le llevó al análisis y al conocimiento del espacio vivido de El Molino, así como a la realidad física de sus lugares humanos, tanto suyos como de los otros, como es evidente en la racionalidad abstracto geométrica de “Dibujo en la cebolla” y la “Oda a Perséfone” o en las realidades que muestran la actualidad desde distintos sustratos de la extra-territorialidad en “El primer escupidero público de El Molino”, “Tumba por los vivos”, y el ciclo de esta nueva y compleja geografía es cerrado con “El Cine”, como alteración última de lo social.
Todas estas intervenciones actuaron sobre lo humano, sobre una geografía construida desde distintas versiones del mundo, manejado en este especial territorio, atravesado por múltiples modos de significación que ahora serán montados por García Rico en medio de la definición del planeta-plató, en la sucesión de los habitares cartografiados, donde los espacios se tornan en entidades capacitadas para acoger una acción y de las cuales, posteriormente, se realizará el acoplamiento de las imágenes resultantes, de su necesaria exégesis, donde las herramientas utilizadas por este artista geógrafo-espacial generaran una topocrítica que permita ver la profundidad del giro geográfico que nos conduce por espacios directamente vividos a través de la experiencia que se ha convertido en la memoria museable del registro de lo efímero.
[1] Para este estudio, manejamos el concepto de populismo según lo expresa Ulloa Tapia: “estrategia política que no enfatiza lo ideológico. Se caracteriza por un discurso nacionalista, popular y que confronta (contra las oligarquías, las instituciones y crea permanentemente enemigos), tiene capacidad para movilizar a las masas y se dirige a una población policlasista, pese a que enfatiza su interés en segmentos de menores recursos económicos” (2013, p. 99).
[2] Ídem, p. 18. (Las negritas son nuestras).
[3] Guasch, Ana Maria: El arte en la era de lo global. 1989ǀ2015, Madrid, Alianza Forma, 2016, p. 161.
[4] Ídem, p. 162
[5] Torrijos, Fernando: “Sobre el uso estético del espacio”, en: Arte Efímero y Espacio Estético, José Fernando Arenas (Coord.), Barcelona, Anthropos, 1988, p.24 (Las negritas son nuestras)
[6] Soja, Edward: Thirdspace: Journeys to Los Angeles and Other Real-and-Imagined Spaces, Boston, WileyBlackwell, 1996, pp. 130-131, citado por: Guasch, Ana Maria: Ob. cit: p. 163.
[7] Bourriaud, Nicolas: Ob. cit, p.26.
[8] Ídem: p.29 (Las negritas son nuestras).
Bibliografía consultada
Bourriaud, Nicolas: “1. Topocrítica. El arte contemporáneo y la investigación geográfica”, en: “Heterocronías. Tiempo, arte y arqueologías del Presente”, Miguel Ángel Navarro (Comp.), Murcia, CENDEAC, PAC, 2008.
Guasch, Ana Maria: El arte en la era de lo global. 1989ǀ2015, Madrid, Alianza Forma, 2016.
El arte último del siglo XX. Del posminimalismo a lo multicultural, Madrid, Alianza Forma, 2001.
Soja, Edward: Thirdspace: Journeys to Los Angeles and Other Real-and-Imagined Spaces, Boston, WileyBlackwell, 1996.
Torrijos, Fernando: “Sobre el uso estético del espacio”, en: Arte Efímero y Espacio Estético, José Fernando Arenas (Coord.), Barcelona, Anthropos, 1988.
Sobre el autor
Dra. Elizabeth Marín Hernández
Elizabeth Marín Hernández es Licenciada en Letras: mención Historia del Arte (1991) y en Educación (1996.). Doctorada por la Universidad de Barcelona, España, con la tesis “Multiculturalismo y Crítica Postcolonial: la diáspora artística latinoamericana a finales del siglo XX.” (2005). Ha realizado diversas publicaciones en revistas especializadas nacionales e internacionales como ACTUAL, Presente y Pasado, Didáctica de las Ciencias Sociales, Cuadernos Hispanoamericanos, Nuestra América, Estética, Imagen y Comunicación, al igual que cuenta con la publicación de ensayos en diversos libros como: La Tradición de lo Moderno. Venezuela en diez enfoques de la Fundación Cultura Urbana, Soto: Una mirada de la Modernidad en Venezuela del Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes y CIUDADES GLOCALES. Estéticas de la vida cotidiana en las urbes venezolanas, ININCO, Comisión de Estudios de Postgrado de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV, compiladora del libro Más allá de la corporeidad: visiones del cuerpo en el arte, la literatura y el territorio, que será publicado por el Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes,Política, memoria y visualidad: siglos XIX al XXI, Editorial Foc. Es investigadora activa de la Universidad de Los Andes. Ha asistido a diferentes congresos internacionales y nacionales durante los años 2005 al 2018 en universidades e instituciones como: Universidad Central de Venezuela (Venezuela), Universidad Católica Andrés Bello (Venezuela), Universidad de Los Andes (Venezuela), ONG (Organización Nelson Garrido) (Venezuela), MéridaFoto (Venezuela), Galería de Arte Nacional (Venezuela), Universidad Menendez Pelayo (España), Universidad de Murcia (España) y Universidad Libre de Bruselas (Bélgica). Actualmente se desempeña como profesora de Arte Contemporáneo y Arte Latinoamericano Moderno en el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Los Andes. Desarrolló su actividad de extensión como directora de la Galería de Arte La Otra Banda, adscrita a la Dirección de Cultura y Extensión de la Universidad de Los Andes. Ha sido curadora de l y II Bienal de Arte Contemporáneo de la Universidad de Los Andes (2010-2012) y VIII Bienal de Estudiantes de la Universidad de Los Andes (2012), del Festival Mérida Foto (2013-2016). Organizadora del I Congreso Nacional de Historia del Arte, Departamento de Historia del Arte de la Escuela de Letras de la Facultad de Humanidades y Educación, Universidad de Los Andes, Mérida-Venezuela (2015), del Seminario-taller interdisciplinar La Persistencia de Lo Visto, Escuela de Historia, Facultad de Humanidades y Educación, Universidad de Los Andes, Mérida-Venezuela (2016). Actualmente coordina el proyecto de difusión para el arte contemporáneo Espacio Proyecto Libertad, Mérida-Venezuela.
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