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En conversación con Rubén Barroso: Postales sonoras de Sevilla

Cecilia Pérez-Muskus




“Estar a la escucha es siempre estar a orillas del sentido o en un sentido de borde y extremidad, y como si el sonido no fuese justamente otra cosa que ese borde, esa franja o ese margen”.

Jean-Luc Nancy, en A la escucha


Pareciera que en nuestros tiempos la experiencia está mediada por aquello que capta nuestro ojo, es decir, por la imagen. Pareciera incluso que otras percepciones sensoriales suelen estar acompañadas –si es que no han sido completamente remplazadas– por lo visual: pensemos en cómo podemos “comer con los ojos” o cómo podemos “contactar” a alguien viéndolo a través de una pantalla. Frente a tal escenario, es una rareza entregarse en cambio al ejercicio de la escucha; y es que, a diferencia de la mirada, escuchar nos exige atravesar y habitar el tiempo en la medida que aquel se produce, un tiempo al cual con frecuencia renunciamos o que simplemente destinamos a cualquier otra cosa.


Podríamos entender el sonido, entonces, como una invitación a detenernos, a coger pausa, y permitirnos estar en el momento o incluso dejarnos transportar a otro tiempo y otro espacio.

Esta forma de aproximarnos al ejercicio de la escucha, más como una disposición que como una acción, ha sido uno de los objetos de interés predominantes en el trabajo del artista intermedia, comisario y educador Rubén Barroso Álvarez (Sevilla, 1964). Como parte de su investigación en el ámbito del arte sonoro, el año pasado inauguró la Fonoteca de Sevilla, un centro de arte que, a grandes rasgos, pretende crear un archivo con la intención de preservar el patrimonio sonoro de Sevilla y fomentar una didáctica de la escucha a través de registros de audio, estudios de investigación, incluso acciones e intervenciones en la ciudad.



“Fonoteca de Sevilla es un proyecto que empieza hace cuatro años a través de acciones sonoras en un festival de Sevilla que se llama «Contenedores», el cual va por su vigésima edición este año, y desde entonces se ha ido desarrollando gradualmente. En principio fue un proyecto que se llamó Ciudad escucha, siempre girando alrededor del sonido, de las ciudades, con la intención de albergar otros conceptos, otras ideas de ciudad. A Ciudad escucha le siguió otro festival que llamé Silencio, festival de la escucha. Era un festival sin artistas. Es decir, eran solamente propuestas sonoras lanzadas a la ciudad. Finalmente en junio de 2019, inauguré la Fonoteca de Sevilla en un espacio patrimonial maravilloso, que es el antiguo convento de Santa Clara.”



Convento de Santa Clara de Sevilla



Rubén, además de ser creador y director de la Fonoteca, también lleva a cabo tareas propias de cada uno de los proyectos que se despliegan como parte de la actividad centro, sean estas curatoriales, documentales, de registro, de gestión. Es así cómo asume una serie de roles que con tanta frecuencia hemos visto entretejidas en el quehacer del artista en la contemporaneidad, mas nunca desligadas de su práctica creativa.



“Para mí, todo mi trabajo está impregnado de mi faceta de artista: mis trabajos como gestor, comisario, documentalista, registrador de sonidos o de situaciones entran todos dentro de mi trabajo como artista. Es decir, si yo hago una curaduría o dicto un taller, para mí es una acción artística. Eso me parece muy importante, porque no hay que olvidar nunca que yo no soy un documentalista como podría ser un documentalista al uso, sino que yo soy un artista que documenta. Ese pequeño matiz, esa diferencia, me parece muy importante, porque no lo hago solamente con la resolución del científico, que sería en este caso el documentalista, sino que aúno las dos partes. Y para mí la parte artística es muy importante en todo lo que hago porque es realmente la marca que diferencia un proyecto de otro”.



Rubén Barroso Álvarez

Y es a la luz de este credo que desde el 2019, junto a un grupo de colaboradores habituales vinculados al mundo del arte –específicamente del sonoro–, ha emprendido proyectos como Itinerarios de la escucha, acciones múltiples realizadas en diversos barrios de la ciudad, tanto céntricos como periféricos, con la idea de enseñar a escuchar; Cápsulas radiofónicas, las cuales atienden distintas facetas de la vida en la ciudad, el habla, el ruido, el sonido; y Fonoteca experimental, que incluye una serie de trabajos que versan sobre la idea de ciudad como un territorio de escucha y de creación. A través de cada uno, la Fonoteca se plantea una constante revisión y estudio del material de registro, abriendo caminos para nuevas formas de dirigirse “a otras zonas o áreas que componen una ciudad, desde el urbanismo, a la arquitectura, a la salud y demás”.

Tales propuestas de la Fonoteca, así como también el hecho de que se estipula como un centro de arte permanente, un proyecto a largo plazo sin fin previsto que se va construyendo día a día, dan cuenta de una clara intención de que este sea de la ciudad –es decir, para ella y por ella. En ese sentido, la participación es clave para que este cobre sentido y vida.



“Los ciudadanos de Sevilla –y aquí me refiero también no solo al que vive en la ciudad sino a todo aquel que pasa por ella, tal como los turistas– pueden participar, y efectivamente lo han hecho, mandando, por ejemplo, sus registros sonoros de cualquier tipo: si van por la calle y ven algo, o escuchan alguna conversación, o presencian alguna situación. El archivo de la Fonoteca está de hecho muy enriquecido por ese tipo de aportaciones espontáneas o ciudadanas que la gente graba con el teléfono u otro dispositivo”.



Y ciertamente tampoco habla en exclusividad de la ciudad Sevilla:



“En realidad hay otra parte en la que estoy hablando de las ciudades. Hoy en día sabemos que, aunque cada una tenga sus propias características, las ciudades se parecen mucho unas a otras. A mí me interesa muchísimo el concepto de plantear otras ideas de ciudad no solamente en Sevilla sino fuera, o sea, en cualquier sitio del mundo.”



Entre las proyecciones a futuro de la Fonoteca, de hecho, señala la articulación conversaciones y proyectos con otros artistas y otras entidades fuera de Sevilla y de otros países del mundo.


Pero, aún así, no podría ser Sevilla una mera coincidencia o conveniencia topográfica. Los registros que componen el archivo de la Fonoteca dan cuenta de una particularísima ciudad a la cual nos transportamos en medio de coloridas fiestas, de multitudes que vibran, de recorridos cotidianos pero también en medio de profundos silencios y vacíos. Y es que precisamente “la dicotomía entre lo localizado y lo deslocalizado”, es decir, la capacidad de descifrar de dónde proviene un sonido o no, así como también la experimentación viva de aquello que se escucha es de gran importancia para el trabajo de Barroso:


“Yo intento hacer postales sonoras o vivencias sonoras. Yo quiero que lo que hago esté siempre vivo y que recoja ese momento exacto en el que se está produciendo. Y yo creo que esa alma de ese sonido está muy presente en mis trabajos (…) Para mí este es un trabajo muy performativo. La performance o el arte de acción evidentemente es un arte del momento, del aquí y del ahora. Yo intento hacer todos mis registros de una forma performativa, de tal forma que de alguna manera esa vivencia sea instantánea”.







Hemos ya mencionado otro de los aspectos más fundamentales del centro, aquel que estriba en la educación. Más allá de lo que podrían ser talleres, laboratorios y demás, la Fonoteca se decide no solo por un tipo de didáctica instrumental que enseña a escuchar, sino también a una que enseña a vivir en la escucha. La idea de Rubén es “poder llegar a una especie de conciencia ciudadana sobre el escuchar”, entendiéndolo como una actitud de frente a la vida, como de “alerta placentera”. Para ello, en una primera instancia se empeña en desmitificar la noción de que escuchar es un acto contemplativo y pasivo, y en procurar llevarlo al terreno cotidiano:


“El silencio, por ejemplo, se asocia siempre a lo que es un estado contemplativo, un estado espiritual o místico, y por supuesto que lo es pero yo no lo asocio a eso únicamente. Para mí el silencio no es solamente la falta de sonido –eso además es falso porque siempre hay sonido–, sino que el silencio es una actitud, y la escucha es una actitud. Y una actitud para ir por la vida. No es que vayas por la vida perennemente de místico ni nada de eso; es precisamente una actitud abierta y receptiva hacia todo lo que te está ocurriendo alrededor. La escucha, el tener esa actitud, aumenta la experiencia de vida, al igual que la aumenta la práctica artística, la literatura, la poesía, si se vive en ellas”.


Durante el período de confinamiento, se ha propuesto llevar una suerte de diario sonoro que dé cuenta “cómo la ciudad se ha transformado y cómo nuestra vida también se ha transformado con ella” desde las nuevas manifestaciones o sonidos del silencio. Y más recientemente comenzó People listening/Gente a la escucha en las ciudades del mundo en el periodo del confinamiento, el cual recoge las percepciones de distintas personas alrededor del mundo en cuanto a estos mismos cambios sonoros que están viviendo en su ciudad.



“Lo vi clarísimo el primer día que salí a la calle y vi que la ciudad había cambiado sonoramente de una forma bestial, porque Sevilla es una ciudad muy bulliciosa, muy alegre, y de repente había un silencio que chocaba muchísimo (...) Como hay otras percepciones sonoras, visuales y emocionales por supuesto, noto que la gente está mucho más perceptiva, está mucho más atenta a cualquier sensación que venga. Yo creo que todo esto nos ha hecho pararnos un poco, que es justamente lo que hace la escucha: la escucha siempre lo que te hace es pararte y situarte en otro punto”.



Hoy, de cara a los tiempos que vivimos y experimentando diariamente las distintas maneras en que nuestras ciudades se han transformado acústicamente –aquí pensemos desde el silencio a causa de la falta de flujo y tránsito en las calles, pasando por las aves que nunca antes habíamos escuchado hasta los aplausos que retumban entre tantos callejones al caer la noche–, quizás se vuelve aún más relevante el acometido de la Fonoteca y el llamado de Rubén, que en última instancia “también se refiere a una cosa muy básica: disfrutar de la vida, que no es sino darte cuenta de las cosas que suceden y ser más consciente de las sensaciones”.



Que mientras todo esté quieto, que mientras lo que nos sobre sea tiempo, podamos entregarnos a la escucha.


 





Cecilia Pérez-Muskus (Caracas, 1997)

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