Manuel Vásquez-Ortega
Reseña
De la serie “Virtudes y prototipos” (Guardián), Ismael Rodríguez (2020)
I – Antes de la pintura
En algún momento de sus reflexiones estéticas sobre la obra pictórica de Francis Bacon, el pensador Gilles Deleuze afirmó que ningún artista de la pintura empieza enfrentándose a una tela en blanco, “sino encontrando dentro de ella todas las imágenes, hechas de todos los datos figurativos por los que ya está ocupado el lienzo antes de comenzar” (2007). El proceso de esta ‘revelación’ (o lucha) entre el pintor y dicha información, constituye la esencia de una labor preliminar que pertenece plenamente a la pintura y a su ejecutante, “pero que precede en rigor al acto mismo de pintar” (ídem) pues, a diferencia de otras manifestaciones de la imagen ‘técnica’ propias de la contemporaneidad, como la fotografía o el video, la materia prima de la imagen ‘antes de la pintura’ es un elemento sin forma, escurridizo e indomable, solo dócil y tangible en la mente de quien la concibe.
Por su parte, desde la fascinación de los filósofos medievales por el reflejo de los espejos, hasta llegar a la época moderna de la reproductibilidad mecánica, muchos han sido los personajes e intelectuales que se han dedicado a cavilar sobre la naturaleza de las imágenes como problema de la filosofía: ¿cuál es su ser o su no-ser? ¿Son cuerpos o no-cuerpos, sustancias o accidentes? Ante tales cuestiones, Giorgio Agamben afirma que una imagen nunca es una sustancia, sino “un accidente que no está en el espejo como en un lugar, sino como en un sujeto” (2005), es decir, aquello que no existe por sí mismo, sino en alguna otra cosa, soporte, cuerpo o materia. Ahora bien, lejanas a los espejos medievales e inmersas en un panorama dominado por las manifestaciones artísticas derivadas de lo conceptual y la desmaterialización, ¿en qué cuerpos se encuentran las imágenes-sujetos del arte y cómo se ‘revelan’ en nuestra actualidad?
De la serie “Piedras y semillas” (Conjuros), Ismael Rodríguez (2020).
“Días deshojados”, Ismael Rodríguez (2020).
Como forma de dar respuesta a un cuestionamiento similar, el mismo Deleuze explica a través de la figura del diagrama el proceso de reintroducción del ‘desorden’ de lo intangible en la fisicidad de la superficie pictórica, “como una catástrofe acontecida sobre el lienzo, en los datos figurativos y probabilísticos del mismo” (2007). Proceso en el que manchas, líneas, texturas y trazos dan ‘cuerpo’ y forma a imágenes-catástrofes que demuestran que, en la pintura, siempre será posible encontrar estrategias de progreso y evolución, a partir de la experimentación sobre un lenguaje ya establecido. Búsqueda en la que se inscribe la obra del artista venezolano Ismael Rodríguez (Caracas, 1990-), cuyas imágenes se construyen a partir de una ‘lucha’ priora entre pintor y lienzo, pero sobre todo, entre ser y sujeto.
II – Sobre el lenguaje y las tensiones
Tras siglos de tradición, al hablar de pintura es inevitable hacer referencia a los enunciados plásticos que históricamente han construido el relato humano a partir de sus productos iconográficos, considerados a través del tiempo como ‘obras de arte’, y que, como lenguajes, hoy nos brindan una primera impresión de cualquier imagen a la que nos enfrentemos. Es así como determinamos sistemas de ‘códigos’ –coloquialmente traducidos como ‘estilos’– al ver las formas de representación propias de un tiempo y un lugar. Códigos lingüísticos que, entre prefijos, neos, post, muchas repeticiones y otras tantas rupturas, retornan de manera constante a nuestra actualidad en desarrollo para cuestionar, alimentar o quebrantar las formas manejadas por el arte del entonces.
Presentes de diversas maneras en la obra recopilada en Inventario 2020 de Ismael Rodríguez, dichos lenguajes, heredados de referentes como Henry Matisse, Jean Arp, Henry Moore o Georg Baselitz, se vuelven lábiles al desprenderse de toda narración figurativa, mientras a su vez se deshacen tanto de las semejanzas de la imitación como de lo concreto de cualquier geometría, manteniendo por momentos, líneas que trazan –todavía, levemente– un contorno reconocible de siluetas cercanas a lo natural y lo orgánico, en correspondencia constante con un paisaje reminiscente. Tema germinal éste del arte venezolano que, aún en diáspora, mantiene su interés en la cambiante e instable existencia de nuestros paisajes, “con toda su carga de desarraigo y sus pesadas consecuencias psíquicas, que alimenta de forma particular la preocupación de nuestros artistas por el contexto y, sobre todo, por la manera como nos insertamos en él” (Jiménez, 1997).
De esta manera, en la tensión entre lo expresivo y lo abstracto, Rodríguez habla desde una postura material, aquella en la que la relación entre el soporte y la construcción de la imagen es fundamental para dar textura a la forma deseada. Estrategia ya vista en la época de los grupos BMPT y Support Superfaces (Francia, finales de 1960), donde la pintura se desnuda de todo menos de su materialidad, poniendo en evidencia el proceso de su realización, o “de todo lo que ocurre en la acción puramente física y no mental de cubrir el lienzo, en tanto soporte y superficie neutra con color” (Guasch, 2000).
Dichas formas, de apariencia libre pero atadas siempre a la tangibilidad del material, toman cuerpo a partir de la relación tensional producida por la imposibilidad de su ser sumado al suporte, un ser en el que la mancha (que no es aún color puro, pero de la que emergen los colores), dialoga con el trazo (que no es aún línea, pero de la que derivará esta misma). Diálogo existencial en el que las formas de Rodríguez se materializan como superficies significativas, al plasmar, en parte recuerdos, en parte paisajes, en parte naturalezas por medio de bitácoras de estudio, libretas de trabajo y cuadernos de bocetos. Fragmentos y aforismos de un pensamiento pluralista, que en su contenido pretende formular y decir el sentido de un ser, de una acción, de una cosa, presentes solo en las vivencias y pensamientos del artista.
Así, como mediaciones entre el hombre y el mundo, las imágenes (en nuestro caso de Ismael Rodríguez) se plantean como búsquedas y variaciones del acto del creador de profundizar en su propia conciencia, acción en la que la mancha –sólo como mancha– y el trazo –sólo como trazo– establecen un vínculo con aquellos estímulos exteriores que ayudan al hombre a formar una imagen mental sobre sí mismo frente a una vasta realidad. Circunstancia ahora convertida en paisaje o recuerdo a través de las texturas que el artista elabora a partir de la superposición entre materiales, recortes, manchas y fotografías sobre una superficie no necesariamente plana.
De la serie “Virtudes y prototipos” (Materia oscura / Sustancia azul), Ismael Rodríguez (2020).
III – La fuerza sobre lo visible
A lo largo de la historia de la pintura, muchos han sido los artistas que se han dedicado a plasmar cosas ‘no visibles’ ante la mirada, es decir, fuerzas (o ‘catástrofes’ anunciadas por Deleuze) “que se extienden a través de la tela como el desequilibrio que la compone” (2007). En la correspondencia de la forma con un esfuerzo externo ocurrirá así el hecho pictórico, lugar único donde la ‘catástrofe’ es controlada tras la captura de su impulso a manos del artista, que en el caso de Rodríguez, encuentra en dicho vínculo un nuevo punto de partida para su obra.
En esta, las fuerzas percibidas y capturadas por el artista se debaten entre transformar o deformar lo reconocible en pos de organicidades formales propias de lo onírico de sus orígenes, en las que los paisajes reconstruidos a través de la memoria se despojan de sus figuraciones para ser fragmentos de mancha y trazo. En este proceso, la imagen como ser sin cuerpo, se vuelve visible para sus espectadores en los lugares y sentires visitados por el espacio-tiempo de Ismael Rodríguez, ahora proyectado en representaciones irreconocibles pero descifrables, en cuyo transcurso de codificación y decodificación, las imágenes se disuelven como reflejo de espejo medieval, sujeto no-sustancia, existente siempre y solamente a través del soporte.
Finalmente, experimentar con este cuerpo de la imagen en búsqueda de formas genuinas, es uno de los aportes de Ismael Rodríguez en el progreso evolutivo de la pintura, cuya historia, remota y antigua no se aleja nunca, ni de la vigencia de su legado, ni de lo primitivo de su naturaleza.
“Observatorio” / “Materia B” / “Atmósfera”, Ismael Rodríguez (2020).De la serie “Virtudes y prototipos” (Materia oscura / Sustancia azul), Ismael Rodríguez (2020).
Bibliografía
AGAMBEN, Giorgio. (2005). Profanaciones. Anagrama, Barcelona.
DELEUZE, Gilles. (2007). Pintura. El concepto de diagrama. Cactus, Buenos Aires.
GUASCH, Anna María. (2000). El arte último del siglo XX. Alianza, Madrid.
JIMÉNEZ, Ariel. (1997). Tradición y ruptura. En: La invención de la continuidad. Galería de Arte Nacional, Caracas.
Ismael Rodríguez (Caracas, Venezuela, 1990) es Licenciado en Artes Visuales egresado de la Facultad de Artes de la Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela. Actualmente reside en Reino Unido, donde continúa procesos en los que investiga “formas que se relacionan con la vida, hasta generar lenguajes que pueden traducirse como ecosistemas, donde las transparencias generan atmosferas desconocidas, partiendo de la premisa del arte como activador de interacciones y pensamientos”. Entre sus exposiciones individuales están Recortables (Alianza Francesa de Maracay, 2015), Inventario (Museo de Arte Moderno Juan Astorgas Anta, 2015), y entre sus colectivas recientes destacan: En Vitrina (El Bloque, 2020), Art Pal Beach (Miami, 2019), Feria Nacional de Artistas Gijón (Asturias, 2018), Pixel Galería Imago (Miami, 2018), Salón Octubre Joven (Valencia, 2015), I Bienal de Dibujo y Estampa (Valencia, 2015), Salón Jovenes Con Fia 2.0. (Caracas, 2014) Bienal 67, Salón Arturo Michelena (Valencia, 2014).
Manuel Vásquez-Ortega (1994) es arquitecto por la Universidad de Los Andes (2018), donde actualmente se desempeña como Profesor del Departamento de Materias Históricas y Humanísticas. Desde el 2017 es coordinador de Espacio Proyecto Libertad. Reside y trabaja en Mérida, Venezuela.
コメント